El tiempo que no vuelve


El tiempo que no vuelve es la mentira
que bendice la fanfarronada de estar vivo,
los finales marchitan arropándonos en ira,
el gatillo del homicida poco sabe de motivos.

Los febreros bisiestos no quitan las espinas
que los años anteriores dejaron sobre el mostrador,
los tiburones sin dientes toman anfetaminas,
el mundo es el telegrama de un ladrido abrumador.

A Pinocho la mutual no le acepta más de una
semana en el viejo hospital de los muñecos,
el mar con sobredosis de sangre no tiene luna
que alumbre las heridas de un cielo hueco.

Las tardes van muriendo sin siquiera dejar
de ser princesas, un penúltimo beso garúa
cuando el invierno hace playback sin piedad,
los recuerdos reprimidos se añejan en una grúa.

Al fin de cuentas las flores más bellas del jardín
también sucumbirán por la pena alguna mañana,
la conciencia perfecciona sus renglones de aserrín,
cangrejos ambidiestros exhiben sus mandíbulas tiranas.

Los desamores paganos no autorizan a ser enterrados,
los que mueren desangrados no son compatibles
para una transfusión; y el silencio, protervo candado,
esparce como reliquias cenizas de días desapacibles.

El llanto es un verso admonitorio, intimista y fugaz;
las caricias, milagros que huyen con el primer grito,
un alambre oxidado hiere la inspiración contumaz,
las madrugadas sin corazones pares deberían ser delito.

Las copas en bares de carretera no dictan consejos,
del gastado formato "su cintura nació para tu brazo",
entonces para qué invertir tiempo anexando bosquejos
y pintando fronteras si hoy puede ser el ocaso.

El tiempo que no vuelve es nuestro astuto occiso,
credencial mayor de un futuro que no toca bocina.
Vayamos antes que nazca oscureciendo sin aviso
a pintarle los labios de rojo a las nubes y al porvenir,
si la más perdida locura es a veces la mejor medicina,
si cada crisantemo en el fango tiene razones para vivir…

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