A las lenguas encadenadas, a las caricias
que solo encuentran higrometría,
a las partículas de un fuego
que no se resigna a ser ceniza,
a los que se arrepienten sin
pudores de decisiones ajenas.
A las ciudades que arrojan secretos a
través de ventanas mal cerradas,
a los ejecutivos que se aferran a
los barrotes de un currículum,
a la caligrafía con sobredosis de antibióticos
que se oculta detrás de los grafittis.
A los que se duermen con ojos de asesinos
y despiertan con nudillos de patriarca,
a los perros que enseñan a
mentir ladrando esquizofrenia,
a la tinta que transforma
las heridas en medallas.
A las generaciones de venas impacientes,
a los que adornan su soledad
con lo último en tecnología,
a los que llevan una estadística
diaria del número de veces
que escupen en el suelo.
A los dedos sin identidad que
labran su futuro como pueden,
a los que construyen jaulas de carbón
y visten sus promesas de amenazas,
a los que lloran de alegría
en caracteres cuneiformes.
A los que buscan vida en las
entrañas de las estatuas de las plazas,
a los corazones negros que habitan
en cuerpos de huesos grises,
a los diccionarios repletos de silencios,
a los príncipes con palacios edificados sobre arbustos.
A los que luchan por besar con las palabras
la belleza inadvertida de los días,
al insomnio en los aeropuertos, a las playas
donde desfilan duendes hambrientos,
a los que fuman su dolor
en cantidades industriales.
A los encargados de determinar
el canon de lo indefendible,
a los que anhelan adueñarse
de una gota de lluvia,
a los que ya descubrieron
que detrás del infinito está la vida.
A la inadvertida oratoria de la escarcha,
a los que rasuran su obituario y se limpian
la nariz con un mantel al lado del guardarropas,
a la gota de sudor con nitroglicerina
de los ambiciosos, a los que alardean
de su eclipse de zalemas desgastadas.
A los que se resguardan de las expectativas
atándose de manos y pies al vacío, a
los que no van a buscar cómplices a
la hora de hallar sentido a los
arañazos, a los que cuentan las gotas de
la llovizna lagrimeando con la melancolía entrecerrada.
Yo le escribo a lo menos importante,
a lo baladí, lo fútil, lo insustancial.
Yo le escribo a lo espantosamente inapreciable,
a lo menudo, a lo exiguo, a lo pequeño.
(Lo que queda después de cercenado
el último despojo, eso es mi poesía).
Dedico éstos versos atolondrados
a los que cantan con la boca llena
la canción de los derrotados.
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