02. Hablemos de la fe


Uno de los grandes problemas de los últimos siglos es que mucha gente ha decidido centrarse en la obra y no en el autor. Uno de los grandes problemas de los últimos siglos es que mucha gente ha decidido centrarse en la obra y no en el autor. La gente contempla las maravillas del universo, se admira de ellas, pero parece no querer ir más allá y se olvida del hacedor de esas joyas que tiene delante de su cara a diario.

Como cristianos, somos llamados, no a creer a ciegas, sino a conocer nuestra fe, a saber por qué creemos lo que creemos. No podemos celebrar auténticamente la fe si no conocemos los motivos que hacen que sea razonable y no un salto al vacío.

Todos los hombres, por medio de una deducción espontánea, pueden llegar al conocimiento de Dios. La humanidad, a través de su historia, ha tenido siempre una cierta noción de Dios1.

«Si la razón natural no fuera capaz de conocer a Dios, la Revelación no hubiera sido posible. Pues la revelación presupone un cierto conocimiento de Dios. Pues, para recibir una revelación, hay que creer en la existencia de Dios»2.

La Fe es el supremo de los valores. León Tolstói dijo: «El hombre puede ignorar tener una religión, como puede ignorar tener un corazón, pero sin religión, como sin corazón, no se puede existir»3.

Y esto no me lleva a aceptar cualquier cosa con los ojos cerrados, sino que yo tengo fe porque, por medio de la razón, no prescindiendo de ella, creo en lo que resulta admisible. Una fe auténtica debe poder ser puesta a prueba por el pensamiento y salir airosa. Si yo confío en lo que me dice una persona, es porque racionalmente juzgo que esa persona es digna de credibilidad. Lo mismo ocurre en materia religiosa. El intelecto humano exige pruebas para creer, necesita encontrar credibilidad, poder comprobar para sentirse satisfecho.

«Es razonable para una persona que tiene buena voluntad creer lo que Dios nos revela y la Iglesia nos enseña. Lo ilógico es no fiarse de Dios cuando se aprecia que los motivos de credibilidad son auténticos. Sin embargo, como los motivos de credibilidad no nos dan una evidencia sino una certeza moral, no mueven necesariamente nuestra inteligencia a asentir, por eso uno puede rechazar la revelación de Dios, y por eso también el acto de fe es siempre un acto libre, y por eso meritorio: para el acto de fe se requiere siempre un acto de la voluntad, querer creer»4.

Desde esta convicción se busca conocer lo real, no dar por sentado que todo es lo mismo y vivir en consonancia con ese principio. Si mi fe está exclusivamente asentada sobre mis sentimientos, no gozo de una fe muy confiable, porque los sentimientos son volátiles, pasajeros, y en el mundo de hoy, descartables.

La fe puede compararse con una embarcación que se nos ofrece para movilizarnos, en este caso, a nuevas regiones del conocimiento. La barca está ahí, la tengo a mi disposición, pero es necesario que yo tenga la voluntad de querer subir a ella y aceptar las condiciones para navegar5.

Es una «adhesión de toda la persona: inteligencia, voluntad, afecto, sentimiento, capacidad de relación, acción que se convierte en amor fraterno»6.

Si la fe en Dios no fuera razonable, los creyentes seríamos imbéciles creyendo por creer, depositando nuestra confianza en algo sin sentido, pudiendo creer la semana que viene en algo totalmente opuesto a lo que veníamos creyendo.

1 Ángel Luis González: Teología Natural (6º ed.). Ediciones Universidad de Navarra, S.A. Navarra. 2008.
2 El acceso racional a Dios. En internet: http://www.mercaba.org/TEOLOGIA/APUNTES/tema_11_el_acceso_racional_a_dio.htm
3 P. Santiago Martín FM: Para qué sirve la Fe: Obras Completas II. Ed. EDAF, S.L.U. Madrid. 2016.
4 Jesús Martínez García: Hablemos de la Fe, I. Ed. Rialp. Madrid. 1992.
5 Jorge Miras y Tomás Trigo (eds): 50 preguntas sobre la fe. Ed. Eunsa. 2013.
6 Josep Mª Rovira Belloso: Dios, el Padre. Ed. Secretariado Trinitario. Salamanca. 1999.

Fragmento de mi libro En la Catedral y en el Laboratorio (2018)

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