Hay días que respirar


Hay días que respirar es desacelerar expectativas
y luchar contra un embrague indisciplinado, mendigar 
invisibilidad, sentarse en las escalinatas de las 
novedades inexpresivas, y no podemos hacer más
que idealizar la plenitud de lo anhelado.

Hay días que somos un extravío que ha caído en el
olvido, el relato de un taxista deslenguado, la íntima
confesión de un comportamiento color avellana, un 
enorme malestar conformado por fragmentos de 
diversos malestares, incluso contradictorios entre sí.

Hay días sin sentido de la responsabilidad que, 
perdidos entre minutos y horas que no se reconcilian 
caemos en la cuenta que evocar vigilias no es
soñar, que el rencor es agua estancada, que la
memoria es un címbalo azotado contra un yunque.

Hay días de contener la respiración y no pensar,
que espiamos la vida a través de una mirilla
situada por arriba de nuestras posibilidades oculares y 
sentimentales, que el espejo del futuro refleja solo
preguntas homologadas que se dicen en voz baja.

Hay días apenas legibles en que el silencio ocasiona 
consecuencias dialécticas, que las explicaciones
correctas se van temprano a la cama, que no
queda otra opción más que especializarse en girar
en torno a esperanzas de fundamento acromático.

Hay días que son sinónimos de una relectura
recién terminada de vomitar, que se descubre barro
en la alfombra del living justo en Navidad y
diez minutos antes que lleguen los parientes, que la 
sangre se vuelve estímulo, aunque no convencimiento.

Hay días manipuladores, paranoicos, mezquinos, 
manchados, fastidiosos, sin rumbo definido, que son 
jueces y verdugos, sicarios de lo heroico, que se 
deshilachan sin reivindicaciones, con los sentidos 
desafinados y la rima bostezando en el ropero.

Hay días que son memoria ausente deshabitando 
ilusiones, colapsos caprichosos, puñaladas verbales con 
letra desconocida, envueltos en un silencio imposible 
de disfrutar, fotos que evidencian el paso
de los años, pesadillas que adelantan decisiones.

Hay días para desvivir y maquinar parques de 
emociones; ondulados, engreídos, interesados, 
acusatorios, errantes, torpes, despistados, 
maleducados, aturdidos, anestesiados, agendas de
días chamuscados con la respiración entrecortada.

Hay días que se jactan de que siempre va a haber
una humillación subsiguiente, donde un cielo límpido 
de cristales refleja impoluto ignorancias de sentidos, 
que mencionan a Parménides como quien detalla
los ingredientes para preparar salsa de calamares.

Hay días arquitectos de apatías a medio olvidar
y a medio vestir; que son lecciones de
desconcierto por correspondencia, donde lo ganado y 
lo perdido tienen el mismo sabor, el café es un 
remolino en disidencia, las mariposas suelen envejecer.

Hay días que son luces, océanos, distancias,
heridas que no secan al sol, preguntas por
millones, cascabeles rellenos de amargura, furia, dudas, 
ignorancia, el gris arquetipo del vacío, parábolas,
augurios, maldiciones, llanto pulido y sonrisa apenadas.

Hay días que son tiempo perdido, burdos, objetores y 
despiadados, condescendientes, desconsiderados, de 
conversaciones incómodas, ensamblados con espanto y 
carcajadas, con el ansia y la rabia acumulada por
los miedos y el dolor de las decisiones incompatibles.

Días que no son más que falsificaciones
de los días aptos para caricias fraternales
que están a la vuelta de una historia
que nos espera ya sin pandemias y
venenos y con mil anécdotas para celebrar.

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