Fantasmas


“Quizá todos somos fantasmas, pero aún no lo 
sabemos”, le escucho decir en Jojo Rabbit a Elsa,
una adolescente judía encerrada de forma clandestina 
en una habitación por una mujer alemana, para 
protegerla de un destino fatal en la Alemania Nazi.

Y a lo mejor es tan así que no
nos hemos dado cuenta. Tal vez ni asumimos
que lo más humano que nos queda es
una intuición largamente incomprendida, y que el resto 
son solo palabras sin frescura envueltas en celofán.

Descendimos de seres humanos a sujetos y
lo celebramos, en el inconsciente empezó a
gotear ácido sulfúrico y lo convertimos en efeméride.

Si hace rato que dejamos de darle
la espalda a los creadores de necesidades
y a los cronómetros despiadados. Sincerémonos: Se 
nos ríen en la cara, y como no
entendemos nada nos reímos también para disimular.

Vendida como igualdad institucionalizaron la exclusión, 
y nosotros bien gracias, masticando los silbidos que
se desintegran, con un eco tapándonos los ojos
y una diaria aproximación a aquello que podemos 
llamar supervivencia, remando hacia el acantilado.

Porque nadie va a vernos levantar un dedo para 
expresar algún atisbo de disidencia cuando la autoridad 
solo permite gases lacrimógenos como medio de pago.

Si en la intemporal sobremesa de las costumbres 
nerviosas y repetitivas la hegemonía ideológica 
alimenta sus vínculos clientelares aprovechando el 
tiempo que malgastamos escalando la retórica nativa 
de una cura indolora que nunca fue tal.

Diseñamos nuestra curva descendente con 
sorprendente rapidez, mientras vamos descartando 
minutos conversando de bueyes perdidos, en un 
calabozo microscópico que nada sabe de
epopeyas en alpargatas y complejos sin cauterizar.

Cuando el pretexto es el consejo de la
costumbre, se encumbra el crónico y desesperante 
síndrome de que penal y puñal den lo mismo.

El hedonismo ha comenzado a asemejarse a
una especie de homicidio, y es urgente
plantear quién va a realizar una antropometría
al futuro cuando sea un pasado con
el cráneo pisoteado y trasluciendo sus heridas.

Hoy un peinado es más importante que un concepto, 
desde que todos disponemos de una colección de 
espantos que iluminan sonrisas sin argumentos, desde 
que el grito de los cautivos rueda pendiente abajo y la 
estrella de los vencidos se convirtió en constelación.

Porque si la posteridad depende de la sabiduría
que acaparemos como especie, declarémonos ya
mismo como artífices de nuestra autodestrucción.

Cansados de ser y padecer, con muecas neurasténicas
y la blanquísima piel de una inestabilidad que brilla
más que el entusiasmo, girando en la órbita del tiempo 
que se acostumbra desperdiciar, ¿Cuándo dejaremos 
de parodiar los vestigios de derrotas verificadas?

Sería conveniente en grado sumo tratar de
seducir la primavera que viaja en nuestra
sangre, que se encuentren nuestras huellas digitales
en la escena del crimen de la miserable
rutina, taladrar los muros de las fronteras.

Habrá que hacerse cargo del derecho inalienable
de vivir como mejor nos salga esta
vida de puntos cardinales a la deriva…



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