Riquezas de la Iglesia



 Nos encontramos en esta ocasión ante una de las acusaciones que, cual dardos envenenados, lanzan aquellos críticos de la Iglesia Católica hacia los creyentes tratando de hacer quedar a la jerarquía eclesiástica en particular y a los fieles en general como almas insensibles e hipócritas, que hablan de ciertos valores teóricos, como la caridad y el ponerse al servicio de los demás, que estarían muy lejos de hacerse tangibles en la realidad.

Este tema me permite hacer al respecto varias consideraciones. En primer lugar, lo particular - por no utilizar el término obsoleto - de pretender evaluar una cuestión patrimonial por piezas de museos, de las que hablaré en el transcurso del artículo,  cuando a nivel comercial  el criterio imperante actual es el valor de las marcas.

Según una información publicada por www.iproup.com el 24 de Febrero de 2021, las tres marcas más valiosas del mundo son Amazon, Apple y Microsoft. Pregunto, ¿Alguien conoce la”marca Vaticano”?

¿Con qué cara se miraría a aquel que pretendiera calcular el capital estadounidense a partir de cotizar la Estatua de la Libertad, o algo similar con la Torre Eiffel en Francia?

La fortuna de la Iglesia: números, leyendas y verdades

La revista Fortune, una de las más prestigiosas del planeta en lo referente a temas económicos, ha dado por tierra con el mito de la enorme fortuna del Vaticano, asegurando que la Santa Sede, puesta al nivel de lo que representan las corporaciones, estaría lejos de ser parte de su famosa lista Fortune 500, que engloba las 500 empresas más importantes según su volumen de ventas.

En el puesto 500 de esa lista aparece el conglomerado de minería de carbón Shanxi Jincheng Anthracite Mining Group Co., Ltd. (JAMG), con ingresos de más de 25.000 millones de dólares, 42.000 millones en activos y casi 130.000 empleados. Y quiero dejar en claro que se trata del último puesto del ranking, esta empresa es la “pobrecita” en el orden de importancia de este grupo de elite.

¿A todo esto, de cuánto es el presupuesto operativo del Vaticano, el gigante de las riquezas por doquier? 700 millones de dólares anuales. Para hacer una comparación: la Universidad de Harvard, que es sin duda de las más prestigiosas del mundo, pero no deja de ser un centro educativo, tiene un presupuesto que supera los 3.000 millones de dólares. En cuanto al total de empleados, el Vaticano tiene algo más de 2.800, cuando en Argentina un municipio como el de la ciudad de Córdoba supera los 10.000.

De lo presupuestado, la mayor parte corresponde a las actividades institucionales, que abarcan los diversos organismos de la Curia Romana, como el Sínodo de Obispos, oficinas, consejos, congregaciones, etc. Respecto al dinero que envía cada Diócesis, la mayoría es destinado a labores misioneras o a las constantes donaciones caritativas que realiza el Vaticano, como los 50.000 euros destinados hace algún tiempo a la construcción de escuelas en el Congo, donde una de cada cinco personas es analfabeta.

Dentro de la crítica también se encuentran los viajes apostólicos que realiza el Papa. ¡Pues a mí me preocuparía más un Pontífice que se atrincherase en su sillón y jamás se preocupara por visitar otras tierras, siendo que el propio Cristo envió a hacer discípulos a todos los pueblos (Mt 28,19) y que Su Santidad, como cabeza visible de la Iglesia, es quien mayor gracia espiritual puede aportar allá donde el Espíritu Santo lo lleve!

Es más, si analizamos desde la parte exclusivamente humana lo referente a los viajes papales, lo más sencillo sería que los Papas no los realizaran, teniendo en cuenta que no son precisamente paseos turísticos, y que resultan bastante agotadores, teniendo en cuenta la edad con que suele ser elegido el Obispo de Roma. Para mayor precisión, cinco de los últimos seis Papas contaban al momento de su elección con más de 65 años, lo que vuelve aún más meritorio cada viaje evangelizador del Papa por países donde muchas veces los católicos son minoría, y esto significa una alegría y un bien espiritual indescriptible para esas poblaciones.

Pero hablemos directamente de los famosos tesoros. A nadie puede resultarle sorprendente que una institución con tantos siglos de historia pueda recibir obsequios. Cuando Lula da Silva, el expresidente de Brasil abandonó su cargo tras ocho años, había recibido en ese lapso de tiempo más de 760.000 regalos, entre los que se encontraban desde más de un millar de camisetas de equipos de fútbol hasta espadas de oro con rubíes, gentileza del rey de Arabia Saudita.

Pero en este caso, hay un detalle no menor: los tesoros de la ciudad de Roma, donde están incluidos los de la colina vaticana, son bienes declarados por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad, por lo que no pueden venderse bajo ningún tipo de circunstancia.

Es cierto que ahí están incluidas algunas de las joyas artísticas más valiosas en cuanto a lo que representan, pero en el plano económico son inestimables, al punto de que en los libros contables están valoradas a razón de un euro.

El propio Papa Francisco fue indagado en febrero de 2015 sobre este tema por la revista holandesa Straatnieuws, y señaló, respecto a la posibilidad de vender las obras de arte con fines benéficos:

«Esta es una pregunta fácil. No son los tesoros de la Iglesia, sino que son los tesoros de la humanidad. Por ejemplo, si yo mañana digo que La Piedad de Miguel Ángel sea subastada no se podría hacer porque no es propiedad de la Iglesia. Está en una iglesia, pero es de la humanidad. Esto vale para todos los tesoros de la Iglesia».

En la misma entrevista, el Santo Padre agregó que se suelen vender “los regalos y otras cosas” que recibe como obsequio:

«Los beneficios de las ventas van a Mons. Krajewski, que es mi limosnero. Y después está la lotería. Estaban los carros que han sido todos vendidos o dados a través de una lotería y lo recaudado se ha usado para los pobres. Hay cosas que se pueden vender y estas se venden».

Algo similar ocurre por caso en España, donde el 80 % del patrimonio cultural material está en manos de la Iglesia Católica. Pero no todo es color de rosas.

En palabras de Monseñor Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba, esto representa un gasto mayor que el ingreso que genera, pues: «restaurar un templo o tener a punto todo el patrimonio mueble e inmueble es una preocupación constante desde hace siglos», por eso en más de una oportunidad se ha recibido ayuda del erario público, porque «siendo propiedad de la Iglesia, está al servicio de una gran mayoría de ciudadanos».

Cómo se soluciona el tema de la pobreza

Estaría desaprovechando este espacio si no lo utilizo para referirme a las auténticas causas de las desigualdades imperantes en el mundo.

Un templo no es solo un lugar de oración, pues trasciende su rol religioso pasando a ser también un patrimonio de la comunidad, por lo cual resulta poco atinado medir su importancia solo en términos económicos.

No creo que nadie con total sinceridad pueda endilgar a un templo y su ornamentación ser causante o de perpetuar la pobreza, la que debemos más bien buscar en los corazones que se han apartado de Dios y muestran la verdadera indigencia de la condición humana: egoísmo, robos, corrupción, fraudes. Esas son causas concretas que alimentan la pobreza, que nace en el corazón de aquel al que no le importa quedarse con lo que no le pertenece, y repercute en la calidad de vida de los que menos tienen.

La pobreza va más allá de que Juan tenga cinco en el bolsillo y Pedro diez, pues esto se circunscribe al plano material, lo que implica un reduccionismo de la persona que puede terminar envileciendo las almas cuando no se reconocen los bienes como una responsabilidad y se los ve solo como un fin en sí mismo.

Si bien en reiteradas oportunidades Cristo se refirió al uso indebido de los bienes materiales, no encontraremos críticas suyas al esplendor del Templo de Jerusalén en los Evangelios, al punto de que la conocida expulsión de los vendedores fue por desviarse de la función fundamental del Templo:

«Dios dice en la Escritura: Mi casa será llamada Casa de Oración. Pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones». (Mt 21,13)

No solo no existen palabras condenatorias de Jesús al Templo, sino que en el Antiguo Testamento el propio Dios es quien dictamina la majestuosa ornamentación de la Tienda de Reunión y después del Templo. El mensaje es claro: No debe restringirse en materia de ornamentación para la casa del Señor.

Hagamos de cuenta que el enfoque no esté en el lugar destinado al culto sino en los Museos Vaticanos. No es difícil descreer de la buena voluntad de quien pueda plantear algo así cuando el enfoque está puesto exclusivamente en la Iglesia Católica, pero no así en las mezquitas, templos protestantes o sinagogas.

Pero tampoco sería justa la “cachetada” generalizada a cualquier expresión religiosa por el solo hecho de combatir la fe, porque sería desconocer que todas las civilizaciones de la historia han rendido culto a su divinidad o divinidades utilizando lo mejor de su arquitectura y su arte.

El catolicismo no tiene por qué representar una excepción, cuando es parte esencial de nuestra fe que en cada Misa se renueva el Sacrificio del Calvario, y que es el propio Cristo quien permanece en la Eucaristía que se encuentra en el Sagrario de cada Parroquia o Capilla. Pero incluso en estos casos y a la vista de aquellos que puedan no compartir nuestras creencias, el sentido común nos lleva a realizar una importante acotación.

Los templos católicos han representado históricamente una oportunidad de hermanar a distintas clases sociales. El costo de las grandes catedrales o parroquias que hoy generan la admiración de tantos - al punto que una visita a ciudades con mucha historia en cualquier rincón del mundo suele incluir un recorrido por la iglesia más antigua - ha sido sufragado con el aporte de nobles y ricos, mientras que los obreros muchas veces han elegido trabajar de forma voluntaria en estas construcciones. Este emprendimiento donde cada uno aporta su granito de arena es algo que solo la fe puede lograr, y más allá de lo visible, permanece para la posteridad el legado que el empeño de muchos que han dejado tiempo y dinero para gloria de Dios.

Volvamos ahora al eje del asunto: creer que la problemática estructural de la pobreza va a solucionarse ipso facto por medio de dádivas es un planteamiento, en el más generoso de los casos, ingenuo. En las naciones más pobres la falta de desarrollo es tal que se necesitarían donativos permanentes, además de que muy probablemente seguiría sin darse en el blanco de la cuestión, lo que plantearé de esta manera:

Dejo aquí hay un enlace (https://fundacionio.com/los-10-paises-con-menos-agua-potable/) de los tantos que pueden hallarse en la web respecto a una problemática tan importante como es la falta de agua potable para cualquier población. Todos los países del listado tienen más de la mitad de sus habitantes con problemas de acceso al agua, independientemente de los matices propios de cada nación, que requeriría de un análisis más exhaustivo que excede el objetivo del presente artículo.

A partir de esto pregunto, como pensando en voz alta, invitando a la reflexión: si la Iglesia Católica o quien fuera vende todo lo que tiene y regala un hospital en una región con este tipo de problemática, ¿Tendría algún tipo de viabilidad? ¿Contaría ese país con los recursos para mantener dicho centro de salud, podría pagar los sueldos a los profesionales, adquirir las medicinas correspondientes? Porque el problema no es regalar un auto a un indigente, la cuestión es cómo ese indigente solventa su mantenimiento. 

Como conclusión apuntaré en primer lugar que estos párrafos están lejos de partir de una base ingenua que pasa por alto que en la Iglesia han ocurrido hechos de corrupción. Persistir en diversos formatos de avaricia no debe sorprender a nadie desde el momento en que Judas, uno de los doce elegidos por el propio Cristo, lo vendió por treinta monedas de plata. No solo que hubo y tristemente hay codicia en nuestra Iglesia, como hay a lo largo y ancho del mundo en las distintas esferas de la sociedad, sino que seguirá habiendo mientras no ocurra la conversión del corazón que he mencionado en el transcurso de estas líneas.

Aunque también quiero referirme a los que apuntan, siempre desde afuera y sin atisbo de involucrarse para aportar su granito de arena para corregir las falencias que prefieren señalar, respecto a leyendas que parecen más bien herederas de películas con objetivos recaudatorios o documentales sensacionalistas.

La crítica de “la Iglesia rica y los pobres pobres” (obviando que estas voces parecen no asumir que los pobres son parte de la Iglesia) parece más bien una forma en la que muchos prefieren desligarse de la responsabilidad que cualquier persona de bien, independientemente de cuestiones religiosas e ideológicas, tiene para la construcción de un mundo mejor, más solidario.

Pero hay también un error entre los que proponen las donaciones masivas, y este radica en lo que ellos entienden por la palabra pobreza, la que circunscriben a una cuestión netamente exterior, medida pura y exclusivamente por el potencial económico del individuo, cuando la pobreza bien entendida consiste en librarse interiormente de la avaricia de poseer bienes, fama o poder, y aquí ya no se trata de dormir en un banco de plaza o ser propietario de una abultada cuenta en el banco. La auténtica pobreza es aquella que enriquece a la persona cuando se libera de aquello que en realidad no necesita.

El mito de las riquezas eclesiásticas es la historia de un malentendido que puede hacer mucho daño a la Iglesia de Cristo si nosotros los católicos no nos tomamos el tiempo de informarnos y dar a conocer, con la caridad que brota del amor, la verdad de una cuestión tan compleja y que genera tanta desinformación y críticas infundadas.

Que Cristo, que siendo rico se hizo pobre para hacernos ricos con su pobreza (2 Co 8,9) ilumine los corazones de la humanidad para construir naciones más justas, donde brille en las acciones de cada ciudadano, más allá de sus creencias religiosas, la plenitud del amor de Aquel que vino a darnos vida en abundancia (Jn 10,10).

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