El Purgatorio

Libro: Cuadernos de Apologética contemporánea, vol. 1 (2021)

 

Hay muchos dogmas de la Iglesia Católica, verdades de fe, pilares de nuestras convicciones, que corren un doble riesgo: ser malinterpretados por los críticos de la Iglesia de Cristo, pero también no ser entendidos con mayor claridad… Por los propios católicos. Esto es lo que suele ocurrir con el Purgatorio, acusado desde algunas denominaciones como un “invento medieval” o como una “doctrina antibíblica”.

Quiero comenzar con una aclaración. Primeramente, no se trata de una segunda oportunidad para ir al cielo, una especie de “reempadronamiento” o “moratoria”, ni debemos hablar aquí de un tercer destino. Tras la muerte nos esperan dos posibilidades: cielo o infierno.

Hablamos de Purgatorio porque nos referimos a una purificación. Dios, que quiere que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), fruto de su amor y misericordia concede la posibilidad de esa purificación.

El Purgatorio es la etapa final de la santificación, requisito indispensable para ver al Señor, como se afirma en Hebreos 12,14. Hay quien dice que la existencia del purgatorio niega los méritos de Cristo en la cruz. Por el contrario, San Pablo dice:

Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna. (Romanos 6,22)

Esa liberación del pecado es obra de Cristo. La santificación (es decir, esa “cosecha de santidad”) viene después de la absolución de los pecados. La vida eterna es resultado de esa santificación. La purificación mencionada no tendría sentido sin el sacrificio de Cristo.

Entonces, queda concluir que la noción del Purgatorio de ninguna manera puede oponerse a la suficiencia del sacrificio de Cristo, por el contrario, refleja uno de sus frutos más extraordinarios: la acción del purificador fuego divino actuando en favor de aquellos que han creído en Cristo.

Más allá de la terminología

En la búsqueda de clarificar ciertas cuestiones respecto al Purgatorio, muchos teólogos y apologetas han empleado términos demasiado “humanos” como  "lugar" y "período de tiempo", aunque en realidad no disponemos de mayores detalles ante este misterio de fe.

Utilizar ciertas expresiones en la búsqueda de un parámetro en lo concerniente a la eternidad es casi un despropósito, por lo que hablar de tiempo y lugar no necesariamente va a volver más sólido el acercamiento al tema.

Joseph Ratzinger, Papa n° 265 con el nombre de Benedicto XVI, dice que el Purgatorio tiene una duración existencial en lugar de temporal: puede tratarse de experiencias momentáneas en vez de experiencias duraderas.

¿Creencia exclusivamente católica?

Quiero desmentir una acusación protestante, donde se apunta al purgatorio como una creencia exclusivamente católica. Quienes presentan argumentos de este tipo parecen desconocer, por ejemplo, la creencia de la Iglesia Ortodoxa, que si bien no comparte de forma exacta la doctrina católica al respecto, sí admite y eleva oraciones por las almas  de los difuntos.

En cuanto al judaísmo, cuando muere un ser querido, se reza una oración conocida como el Kaddish del doliente, que se prolonga los once meses hebreos siguientes al fallecimiento de alguno de los padres, o treinta días en el caso de un cónyuge, hermano o hijo, orando por la purificación de la persona amada.

¿Qué dice la Biblia?

Al intentar entablar un diálogo sano y constructivo sobre este tema, poniendo el amor que Cristo nos pide para con nuestros hermanos, los protestantes suelen rechazar de cuajo cualquier planteamiento con la premisa de que no se trata de una creencia bíblica.

Tengamos en cuenta primeramente que ellos no aceptan la inspiración de 2 Macabeos 12, donde se relata cómo Judas Macabeo y sus hombres oran por sus camaradas caídos que «se habían dormido en la justicia», de modo que pudieran ser «librados de sus pecados» en el más allá, y que era un «santo y piadoso pensamiento» que hicieran esto.

Ahora bien, no debe confundirse rechazar la inspiración y la canonicidad de 2 Macabeos con el rechazo de su  valor histórico, porque este libro prueba claramente, reitero, incluso dejándolo en una perspectiva simplemente histórica, que los judíos creían en el valor de la oración y en hacer expiación por los muertos  antes de la venida de Cristo.

Jesús y los apóstoles serán formados en el contexto de este tipo de creencias. Y será en este ámbito que Jesús declarará:

Y el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero el que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro. (Mateo 12:32)

El  Señor está reafirmando que existen pecados que pueden ser perdonados en la próxima vida. Jesús, pudiendo condenar esta enseñanza, elije compartirla con los suyos, y estos a su vez, algunas décadas después, dejarla por escrito para las generaciones futuras.

También ocurre algo similar en este pasaje:

Trata de llegar a un acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias que te encerrarán en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas pagado hasta el último centavo. (Mt 5,25-26)

Nuestras acciones en esta vida terrena tienen consecuencias, y estas palabras del Señor son un claro testimonio de esto. Cristo viene a decirnos que después del juicio hay un lugar del que se sale solamente tras haber “pagado hasta el último centavo”. ¿Qué lugar es este? Nadie puede argumentar que se trate del cielo, donde las almas gozan de la presencia de Dios y no hay nada que pagar, además del hecho de que ningún creyente podrá considerar que su meta es la vida eterna en una “cárcel”. Tampoco se trata del infierno, porque allí la condenación es eterna y no hay manera de salir ni deudas que saldar.

Veamos ahora que nos dice al respecto San Pablo:

Un día se verá el trabajo de cada uno. Se hará público en el día del juicio, cuando todo sea probado por el fuego. El fuego, pues, probará la obra de cada uno. Si lo que has construido resiste al fuego, serás premiado. Pero si la obra se convierte en cenizas, el obrero tendrá que pagar. Se salvará, pero no sin pasar por el fuego. (1 Co 3,13-15)

Varias cosas hay para decir de este pasaje. En primer lugar es necesario descartar que aquí se esté hablando del infierno, y para constatar eso basta con ver que dice que una vez el fuego pruebe la obra de cada uno, si resiste al fuego, se salvará. Pues bien, todos estaremos de acuerdo en reafirmar que el infierno es un castigo eterno sin salvación de por medio. Quien es condenado ya no tiene esperanza.

Considero que las palabras de San Pablo son lo suficientemente claras para evitar interpretaciones erróneas o tergiversaciones: en primer lugar afirma que si la obra resiste al ser examinada la persona se salvará (“será premiado”), por tanto, en este primer caso no hay necesidad de pasar por una purificación.

A continuación hay otra situación donde la obra de la persona no resistió el juicio, pero aquí en ningún momento se plantea una condena irrevocable, sino que ese cristiano “tendrá que pagar”, para agregar a continuación que se salvará, pero como quien pasa por el fuego. Aquí reside una explicación simbólica pero a la vez sencilla (podríamos hablar de una “didáctica paulina”) del purgatorio: la purificación que ciertas almas requieren para poder disfrutar en plenitud de la amistad eterna con Dios. Es imposible meditar estas palabras y no ver en ellas lo que enseña la Iglesia Católica en el Catecismo:

Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. (CIC 1030)

Es por ello que la Escritura, en Apocalipsis 21,27 expone con total claridad que nada manchado entrará al cielo, poniendo como ejemplo que no habrá lugar para los que cometen maldad y mentira. ¿Qué mejor entonces que una adecuada limpieza del alma para evitar manchas?

¿Un invento medieval?

Considero que la única cuestión que me queda por abordar respecto a este tema es desmentir el planteamiento de que el Purgatorio fue “fabricado” en la Edad Media. Algunas evidencias bastarán para dar por tierra con esta hipótesis. La oración por los muertos presenta testimonios concretos en la Iglesia primitiva: en las inscripciones en las esquelas y a nivel litúrgico. Pero también tenemos lo escrito.

En el año 160 podemos encontrar en los Hechos de Pablo y Tecla un pedido de intercesión para que una cristiana fallecida fuera trasladada al lugar de los justos.

Esta obra es un apócrifo escrito en griego, donde se narra la vida de Tecla de Iconio, una joven virgen convertida al cristianismo luego de escuchar la prédica de Pablo de Tarso.

Se habla del purgartorio en el relato de la Pasión de Santa Tecla y Santa Felicidad, escrito en el año 202. Ese mismo año aborda el tema Clemente de Alejandría.

También poseemos testimonios como el de Tertuliano (155-225), que en “De corona militis” (que se traduce como “De la corona del soldado”) menciona las oraciones por los muertos como una orden apostólica y en “De Monogamia” aconseja a una viuda “orar por el alma de su esposo, rogando por el descanso y participación en la primera resurrección”. Además, le ordena “hacer sacrificios por él en el aniversario de su defunción”, acusándola de infidelidad en caso de que ella se negara a socorrer su alma, lo que representa un testimonio indirecto pero a la vez concluyente: solamente el Purgatorio puede  justificar la insistencia de rezar por los muertos, ya que si al morir van al cielo o al infierno ningún sentido tendría la oración.

En el siglo V San Agustín dirá que “La Iglesia universal mantiene la tradición de los Padres de que se ore por aquellos que murieron en la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo”. (Sermo. 172,1)

Precisamente transcribo aquí, para quien desee rezar por las almas del Purgatorio, la oración de San Agustín, tomado de Aciprensa.com:

Dulcísimo Jesús mío, que para redimir al mundo quisiste nacer, ser circuncidado, desechado de los judíos, entregado con el beso de Judas, atado con cordeles, llevado al suplicio, como inocente cordero; presentado ante Anás, Caifás, Pilato y Herodes; escupido y acusado con falsos testigos; abofeteado, cargado de oprobios, desgarrado con azotes, coronado de espinas, golpeado con la caña, cubierto el rostro con una púrpura por burla; desnudado afrentosamente, clavado en la cruz y levantado en ella, puesto entre ladrones, como uno de ellos, dándote a beber hiel y vinagres y herido el costado con la lanza. Libra, Señor, por tantos y tan acerbísimos dolores como has padecido por nosotros, a las almas del Purgatorio de las penas en que están; llévalas a descansar a tu santísima Gloria, y sálvanos, por los méritos de tu sagrada Pasión y por tu muerte de cruz, de las penas del infierno para que seamos dignos de entrar en la posesión de aquel Reino, adonde llevaste al buen ladrón, que fue crucificado contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

Roguemos para que la infinita misericordia del Padre haga posible que las almas que se encuentran a la espera de gozar de la visión beatífica de Dios puedan ser parte prontamente de la gloria del cielo.

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