¡Despertemos!


¡Despertemos! Que ya es de día, y aunque esté 
demorada la entrega de las caricias esperadas, también 
podemos ser de nuevo niños temblando al subirse
por vez primera a su bicicleta con rueditas.

Hay un camino de piedras transparentes que recorrer, 
aunque hayamos agotado el saldo, el olfato y las 
vacaciones. Entre el doble click, lo cool y los
likes aguarda un autobús saturado y sin desinfectar.

La vida es joven aún. ¿Encantadora? Cuestión de 
perspectiva y de estar en el lugar justo para fotografiar 
pretensiones. La furia con que araña tu mejilla deja
paso a la dulzura con la que plancha tu camisa.

La forma más utópica de vivir no es otra que
abocarse a la realidad. Y hacia ella iremos. ¿El objetivo 
de mínima? No desangrarnos en lo ambiguo. Que el 
“no puedo” sea anacrónico y el “no quiero” relativo.

Es como me enseñó aquella vez ese ladrido
entre bastidores: incluso la sonrisa más distante deja 
las puertas abiertas al mismo tiempo en que
la suerte se desquita concediendo lo que deseas.

Olvidemos ese tiempo en que todas las decisiones 
desembocaban en una pista de atletismo sin retorno,
y los resplandores se ahogaban en un llanto
financiado por la propina más perversa del destino.

¡Acompañemos la resaca del vendedor ambulante 
borracho! Y prestemos atención, que escucharemos el 
hipo de una historia que no está escrita y
que depende del color de la tinta que elijamos.

Y si la Tierra deja de girar, ¡Lanza un eructo
barítono y verás cómo la noche saca los mejores
trucos de su bolsa! Es hora de que aprendas a
hacer un uso correcto de tus instantes de estupidez.

Abandona por un rato el ritual de las estériles 
discusiones y notarás que la luz hace resplandecer 
sonrisas beodas. Que tu mente te conduzca
a imaginarte jugando a la rayuela en Neptuno.

Que nadie te proteja de tu valentía y verás que tu 
caligrafía se volverá perfecta cuando tartamudees. 
Hasta tendrás la primicia que fuera de tu habitación 
sigue existiendo un mundo con sol y autos de colores.

Recuperemos el olvido. Hagámoslo nuestro. Pongamos 
los restos de deseo en una bolsa desfondada.
Escribamos cuatro elementos de la tabla periódica en 
las ojeras. Hagamos las paces con la memoria.

Si te ha quedado atragantado un grito púrpura, ponlo 
en manos de una bestia que guste de posar
su mirada en el mar, y verás lo hermoso
que es liberar palomas y dejar escapar las fatigas.

Arrojemos pétalos sobre el barro y margaritas a los 
tercos, hagamos grandes planes para detalles 
pequeños, que se demore la melancolía, que se 
evidencien los anhelos, que se amansen los airados.

Y si un día terminan las tardecitas de cine en ciudades
de puños cerrados y relojes que ya no funcionan,
habrá que aprender a andar libre en medio de las 
tormentas como un perro orinando los neumáticos…

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