Nos hundimos


Nos hundimos en aguas autoritarias, transgresores 
mordiéndose la cola, activistas de sofá,
acariciando la piel áspera de una
malicia ambigua, en la fraternidad de
los que esperan hace décadas un zumbido
que sabemos que no va a llegar.

Nos hundimos saludando con un sombrero
ajeno y deshilachado, sonriendo por la
sublevación de decisiones erróneas, tan propias como 
inalienables, en la carencia de aguaceros, en
las canciones que se desangran, en una
jurisdicción de ortigas que no duermen.

Nos hundimos en el aullido de las bocas que
se extinguen detrás de ruegos impecablemente 
prohibidos, en una larga cadena de imprevistos
que llevan bastante tiempo sin renovarse,
desarmando amapolas y sonrisas, voluntarios
de lo arbitrario, paladines de jardines y barricadas.

Nos hundimos en el extracto de
un informe que huele a balas
y estampidas, demasiado ocupados discutiendo
como para tener tiempo de entendernos,
vástagos de una devaluación sin plebiscitos, 
acariciando el mentón de la condescendencia.

Nos hundimos en un entramado de escaleras 
mecánicas que solo llevan hacia abajo, junto
a dementes gritando en un lodazal de
basura, buscando virtudes adicionales a un
vendaval de lluvia ácida, sin gestos extemporáneos, 
eximidos de la ostentación de ser felices.

Nos hundimos esperando avistar la isla del
decoro, ocultos en las trincheras, aguardando
un futuro sin los dicterios de los sátrapas
de siempre, sin arrancar de cuajo el
alfabeto de la costumbre, huérfanos de apocalipsis
sin arrugas, académicos de entimemas desordenados.

Nos hundimos desheredados de medianoches recién 
nacidas, cultivando adoquines insensatos, disparando 
exabruptos solteros, aceptando un gruñido en parte
de pago, cómplices de voces bohemias,
copilotos del disparate, depredadores de lo
irrompible, cortando lo invisible en rebanadas.

Nos hundimos cosificados y masificados, filosofando
en inglés y con bronceado envidiable, bajo
un cielo de solemnidades, influyentemente estancados, 
perversamente multipartidistas, con el coraje 
evaporándose y las proteínas necesarias para
creer que toda explotación es ineludible.

Niños con enojos aleatorios disculpándose antes de 
romper el vidrio, hampones durmiendo con un
oso de peluche entre las manos, compungidos
por demasiadas cosas con sabor a hecatombe
exquisita y biografías ensambladas, suponiendo que
en cualquier susurro revolotean conspiraciones.

Nos hundimos con la corrección política de
quienes han entendido, en base a
tropiezos, que si existiera la sobredosis de
estupidez ya estaríamos muertos y enterrados…

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