El ser humano es un ser contingente. Un ser contingente es aquel que no tiene en sí mismo la razón de su existencia. Ninguno de nosotros puede darse a sí mismo la vida, no podemos decidir si existimos o no[1].
Miremos a nuestro alrededor: Nuestros padres, hermanos, vecinos, todos debemos la existencia a otro ser. Sigamos observando, y veremos que esto ocurre también en los animales y plantas, que, al igual que nosotros, existen pero podrían no existir.
Todos los seres de este mundo son contingentes, desde los vegetales o animales hasta el mismo hombre. Todos los seres de este mundo son transitorios, temporales, y ninguno de ellos es fundamento de su propia existencia[2].
Los seres contingentes vienen a la existencia por generación y dejan de existir por corrupción, lo que nos da la pauta que aquello que existe y pudo no existir no existe por virtud propia[3].
Asumiendo que no soy yo mismo la razón de “estar aquí”, como tampoco mis padres, o mis abuelos, o cualquier integrante del árbol genealógico de la especie en la que pensemos, inevitablemente debemos asumir que hay un ser que posee en sí la explicación de la existencia de esta larga cadena de seres, que lógicamente no puede ser infinita, y que no esté sujeto a la contingencia de los seres que han tenido un comienzo en el tiempo, porque en este caso, tampoco podría dar razón de su existencia. La realidad de un mundo plagado de seres que deben su vida a otros conduce a asumir la existencia de ese ser no contingente, es decir, no creado, que exista desde siempre, y que se conoce con el nombre de ser necesario, que no puede ser otro que Dios, único ser que posee en sí mismo la razón última de su existencia.
El universo no puede considerarse como el ser necesario, porque, como hemos visto anteriormente, ha tenido un origen, por lo cual lejos está de poder siquiera ser imaginado como la razón de su propia existencia. Y si el universo es contingente, con un inicio en el tiempo, y asumiendo lo lógico, que nada puede surgir de la nada, por lo cual no podría haber ni siquiera un instante donde nada existiera, porque nada existiría actualmente, debemos invariablemente asumir que hay un ser increado que existe desde siempre.
[1] Luis Segura: Antítesis: La guerra entre Dios y el diablo. Cultiva Libros. Madrid. 2013.
[2] Héctor J. Valla: Mensaje cristiano. Desarrollo doctrinal de la fe para adultos (24ª. ed.). Ed. Didascalia. Rosario. 2007.
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