16. Dios y el mal

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La cuestión del mal en relación a Dios ha sido motivo de diversas reacciones a través de la historia, desde la incomprensión, pasando por la angustia o el enojo. Intentar abarcar está realidad insoslayable desde la perspectiva correcta y a sabiendas de las limitaciones humanas es uno de los grandes desafíos que enfrentamos los creyentes.

Dios ha previsto para el hombre unos planes determinados de encuentro paulatino con Él. Hablamos aquí de acontecimientos históricos, con un orden determinado, no aleatorio ni fortuito, sino como lo más adecuado para los hombres de todos los tiempos. Esto es lo que se suele llamar Historia de la Salvación. Todos los acontecimientos históricos pasan por las manos de Dios, que en ningún caso desea el mal, pero lo permite, por haber creado al hombre libre, y para sacar bienes de esos males[1].

Mal es la carencia de un bien debido, de algo que me corresponde en razón de mi naturaleza. Para una persona no poder ver es un mal, pero no así para una piedra. El único mal absoluto es el infierno. Todos los demás males son relativos: Un terremoto es una catástrofe para las personas que lo sufren, perdiéndose miles de vidas en muchos casos, pero no lo es para la tierra, que de esta manera consigue más estabilidad en su masa[2].

Se hace necesario distinguir entre el mal moral y el mal natural. El primero deriva de manera directa de un ejercicio incorrecto de la libertad humana. Libertad y responsabilidad van de la mano. Ser libres nos hace responsables de nuestros actos, y debemos obrar en consecuencia, aceptando nuestros errores y no culpando a Dios a la menor dificultad. En cuanto al mal natural, también llamado mal físico, este es resultado de procesos naturales, como por ejemplo, inundaciones o terremotos.

Por eso, en la cuestión del mal físico se habla de desgracia, y en relación al mal moral de culpa, pues, si bien son situaciones igualmente dolorosas para quien la padece, en el segundo de los casos se podrían evitar, y permite señalar con el dedo a él o los culpables[3].  

Recurro a un suceso histórico por todos conocido, al menos superficialmente: El 10 de abril de 1912 parte del puerto de Southampton, ciudad del sur de Inglaterra, con rumbo a Nueva York, el barco más famoso de la historia: El Titanic, al cual la gente denominaba “el buque de los sueños”, ”el rey de los mares”, ”el barco que ni Dios puede hundir”. Cuatro días después, el 14 de abril, el barco que no podía hundirse chocó contra un iceberg, se hundió y murieron 1.513 de los 2.224 de los pasajeros de una embarcación donde solamente había 20 salvavidas[4]. Hasta el día de hoy mucha gente sostiene que Dios hundió el Titanic para castigar la soberbia humana. Ante criterios de esta índole se hace imprescindible aclarar que nunca un mal puede ser objeto directo de la voluntad de Dios. El mal no es querido por Dios, pero sí es permitido por Dios. Lo grafico continuando con el ejemplo del Titanic: Solo Dios sabe la cantidad de vidas y conductas que se corrigieron con motivo de aquel naufragio. Estas modificaciones de esos estilos de vida sí fueron queridas por Dios, que de un mal sacó un bien superior[5].

No se puede considerar correctamente la problemática del mal si dejamos a un lado la libertad humana. Gracias a Dios – nunca mejor dicho – el ser humano fue creado con libre albedrío. ¿Esto qué significa? Que tenemos autonomía a la hora de tomar decisiones y elegir nuestro camino por la senda correcta o la incorrecta.

Vayamos a un ejemplo concreto, quizá el más mencionado para cuestionar a Dios desde la posición escéptica: El hambre en el mundo. Podríamos hablar de un Dios “malo”, “que disfruta ver sufrir a su creación” si formáramos parte de un planeta árido, con escasas posibilidades de supervivencia. Pero curiosamente, en el mundo sobran los recursos, a la vez que escasea la misericordia humana para con los integrantes de la misma especie.

Solo con las 40 millones de toneladas de comida que se desperdician por año en EEUU se le podría dar de comer a las 1000 millones de personas con hambre del mundo[6]. Esos datos son solo de EEUU; en el mundo se desperdician actualmente 1.300 millones de toneladas de comida[7], es decir, una cantidad 32.5 veces mayor a la de EEUU. Partiendo del razonamiento aplicado al gigante norteamericano, con lo que se desperdicia en el mundo de comida por año se podría alimentar a unas cuatro veces la población de nuestro planeta.

Y Argentina tampoco es una excepción en este aspecto: En nuestro país, donde unas dos millones de personas sufren hambre, se desperdician 16 millones de toneladas anuales de alimentos, a razón de 38 kilos per cápita[8].

También se me vienen a la cabeza los bombardeos en Siria a escuelas y hospitales, con decenas de niños muertos, fruto del ataque de la misma especie humana que inventó las armas, las bombas, la esclavitud y elementos de tortura de todo tipo. Por no mencionar la interminable historia humana en materia de conflictos bélicos, con millones de muertos, los campos de concentración, y todo tipo de barbaries de las cuales no podemos excusarnos: Fue nuestra especie la que derramó a través de los siglos la sangre de sus propios hermanos.

Es evidente que el problema no es Dios y su supuesta “indiferencia” ante la problemática del hambre, la violencia y la barbarie que abunda en el mundo, sino nosotros mismos, los que habitamos este planeta, y nuestra indolencia, la que daña, la que lastima, la que ignora. Por más que se intente mirar para otro lado, descargar culpas, el problema estuvo desde un principio, y sigue estando, en el corazón del ser humano.



[1] Pedro Urbano López de Meneses: Creó Dios en un principio. Ediciones Rialp, S.A. Madrid. 2004.

[2] Jorge Loring S.J.: 400 respuestas a preguntas que usted puede hacerse sobre la doctrina Católica.

[3] Luis M. Armendáriz: ¿Pueden coexistir Dios y el mal? Una respuesta cristiana. Cuadernos de Teología Deusto Núm. 19. Bilbao. 1998.

[4] Juan Diego Giménez Soler: Premoniciones. Ediciones Altera. Madrid. 2015.

[5] José Antonio Galindo Rodrigo: Dios y el sufrimiento humano. Preguntas y respuestas sobre el problema del mal. Ediciones Encuentro. Madrid. 2008.

[6] Entrevista a Tristam Stuart: “Se desperdicia más comida en el mundo de la que podrían consumir todas las personas hambrientas”. En internet: https://www.oxfamintermon.org/es/editorial/entrevista/se-desperdicia-mas-comida-en-mundo-de-que-podrian-consumir-todas-personas-hambr

[7] Sitio oficial de la FAO en internet: http://www.fao.org/food-loss-and-food-waste/es/

[8] El desperdicio de alimentos en Argentina llega a 16 millones de toneladas anuales. En internet: http://www.telam.com.ar/notas/201706/191327-nestor-roulet-desperdicio-alimentos.html

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