El relato de la creación en el Génesis no pretende ser un tratado de ciencias naturales, sino más bien, expresar, con las herramientas y los conocimientos propios de la época en que fue escrito una invariable verdad de fe: Todo cuánto existe ha sido creado por Dios. El mundo, las estrellas, el cielo, el sol; todo es consecuencia del amor de Dios por sus criaturas. El texto sagrado busca hacer comprensible a Dios a través de conceptos sencillos que puedan ser asimilados fácilmente.
El Génesis tuvo que ser escrito así porque no había otra manera de hacer entender la creación en el ambiente en que fue escrito: Profunda ausencia de conocimientos científicos y tecnológicos, vida rural en el 95 % de la población, que era en su gran mayoría analfabeta[1].
En los primeros capítulos del Génesis no vamos a encontrar un manual de cosmología o antropología, pues su intención no es esa, sino transmitir un mensaje teológico: la unicidad de Dios, el mundo como creación y la bondad del mismo, etc[2].
Encontramos dos relatos de la creación, en cada uno de los primeros dos capítulos, que responden a una mentalidad primitiva, pero donde se nos revelan las siguientes verdades[3]:
1-El mundo en el que vivimos ha sido creado por Dios de la nada.
2-El creador es distinto del mundo creado.
3-El origen del ser humano está en Dios, que lo ha puesto al frente del mundo visible, como colaborador de su obra.
4-Todas las cosas creadas por Dios son buenas, y han sido puestas al servicio del hombre para su felicidad.
Teniendo en cuenta esa intención primordial del relato Bíblico de la Creación, y el esquema didáctico utilizado, para señalar los días laborables y de descanso del hombre, es un error querer darle una pretensión científica o cosmológica en relación al origen del universo y el hombre[4].
[1] Leonard Stewart: El Big-bang del Génesis. Ed. Bubok. España. 2012.
[2] Alfonso Pérez de Laborda: El mundo como creación. Ediciones Encuentro. Madrid. 2002.
[3] Mons. Miguel Peinado: Exposición de la fe cristiana. Ed. BAC. Madrid. 1975.
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