Este libro está lejos de algún tipo de búsqueda de “convertir” a alguien. Más bien está orientado, de reunir las condiciones para lograrlo, a fortalecer en la fe a los creyentes.
Los conceptos que se encuentran en las siguientes páginas se presentan en un tiempo con dos características fundamentales: En primer lugar, la búsqueda casi constante y frenética de “convencer”, de tratar de que el otro se sume a su “bando”. No dudo que en muchos casos esta inquietud pueda tener una raíz positiva, que se haga desde la buena voluntad de tratar de sacar a alguien del error, pero en la mayoría de las ocasiones esta actitud proviene de la consideración de que, en un mundo donde el relativismo se esfuerza a diario por esconder la búsqueda de la verdad, “mi opinión” es superior a la de la otra persona.
La otra gran cuestión de este tiempo es que formamos parte de una cultura donde la pregunta por Dios, imprescindible en otras épocas de la historia, hoy tiene un lugar muy minúsculo en los pensamientos de muchos individuos, al punto de que podemos hablar de una sociedad que se ha acostumbrado a vivir sin preguntarse por Dios, por lo cual, cuando alguien afirma su creencia de que el universo ha tenido un creador, es tachado de “ignorante”, “medieval”, “poco lúcido”, o adjetivos por el estilo.
Por eso el objetivo de este material no es el convencimiento del escéptico, sino el fortalecimiento del creyente, mostrándole que, contrariamente a lo que se busca instalar, la fe es razonable, y no está, por ende, desprovista de sentido común. Y una de las pruebas de que la fe es razonable es la cantidad de hombres de ciencia que, contrariamente a la creencia popular, han reconocido a Dios como causa de todo lo creado. Precisamente el título de este libro proviene de una frase del prestigioso genetista norteamericano Francis Collins, Premio Príncipe de Asturias a la Investigación Científica y Técnica en 2001, quien alguna vez dijo que “a Dios se le puede encontrar en la catedral o en el laboratorio”.
He tratado de no hacer una obra extensa en una época donde la lectura, ya sea con fines formativos o por placer, no forma parte de la vida cotidiana de la mayoría de la población; más bien he intentado ir a lo más importante, tratando de que el lenguaje utilizado sea sencillo y comprensible.
Ruego a Dios que las páginas de este libro contribuyan a hacer más sólidas las convicciones en materia religiosa de aquellos que lo lean.
Mariano Torrent
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