La Iglesia desde un principio acepta solo aquellos evangelios cuyo origen apostólico es perfectamente conocido y cierto[1].
En las obras de autores cristianos de finales del s. I ya se pueden encontrar pasajes presentes en los Evangelios, aunque sin referirse a quienes los escribieron. Ya en los autores del s. II (S. Ireneo, Tertuliano, etc.) es común la afirmación de que los Evangelios son cuatro y solamente cuatro[2].
Hacia el año 170 estos cuatro son ya considerados y reverenciados de una forma especial, pues para esa época Taciano, discípulo de San Justino, los unió en una única versión “armonizada”. Si bien los evangelios fueron escritos originalmente en griego, alrededor del año 200 ya se conocen traducciones tempranas al latín, al sirio y al egipcio[3].
En cuanto a los llamados evangelios apócrifos, el número de ellos más o menos completos conocidos actualmente asciende a más de sesenta[4] y ninguno de ellos ha sido citado por los Padres Apostólicos, es decir, por los autores cristianos pertenecientes a la generación inmediata a la de los apóstoles. S. Justino, que murió en el año 167, solo cita los canónicos, S. Clemente de Alejandría, que escribió en el siglo III es el primero que los menciona, pero solo para diferenciarlos de los cuatro, al no concederles autoridad alguna. Lo mismo han hecho otros escritores posteriores como Orígenes, Tertuliano o S. Ireneo[5].
Son obras que nacen en ángulos solitarios, que se revisten tardíamente de la autoridad de algún apóstol. Apenas seis han llegado completos hasta nuestros días: Cuatro se refieren a la infancia de Jesús y dos abordan el final de su vida. Son obras de imaginación que no pueden datarse más atrás del siglo III, cuando nuestros evangelios eran ya universalmente reconocidos[6].
«Muchos textos apócrifos no nacieron con pretensión mínimamente histórica, ya que a menudo querían ser únicamente relatos fabulosos con afán de moralizar o halagar a Cristo, y por ello los autores, generalmente desconocidos, echan mano de leyendas o inventan historias coherentes con las profecías o el Antiguo Testamento. Los hay muy antiguos y los hay muy tardíos. Los elaboraron tanto comunidades cristianas iniciales, de origen judío, como grupos gnósticos con claras intenciones de incorporar sus ideas en ellos»[7].
[1] P. Juan Leal, S. J.: Valor histórico de los Evangelios. Facultad Teológica. Granada. 1956.
[2] Facultad de Teología de la Univ. de Navarra: Santos Evangelios. EUNSA. 2017.
[3] Peter Watson: Ideas. Historia intelectual de la humanidad. Crítica. Barcelona. 2006.
[4]José de Segovia: Historias extrañas sobre Jesús. Publicaciones Andamio. Barcelona. 2008.
[5] Bergier: Diccionario de Teología. Tomo Segundo. 1854.
[6] P. Juan Leal, S. J.: Valor histórico de los Evangelios. Facultad Teológica. Granada. 1956.
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