Aquella tarde quiso hablar con las metáforas
que habitan en las gotas de la lluvia,
descifrar el subliminal mensaje que se oculta
tras el crujido de las puertas.
Aquella tarde construyó sobre el papel
una trinchera para enfrentarse al tiempo.
Aquella tarde, en el banco podrido de un
parque tarareó un tango de Gardel.
Aquella tarde blandió su espada al
mismo tiempo que su inocencia.
Aquella tarde, de cristales rotos y
granadas, no supo si reír o llorar.
Aquella tarde cobró los derechos
de autor de todas sus ruinas.
Aquella tarde entendió que ya ninguna
plegaria del mundo alumbraba como antes.
Aquella tarde supo que todo camino
es espejismo, tormenta, mal augurio.
Aquella tarde sancionó al desánimo,
bebió el oxígeno de sus ojos cansados.
Aquella tarde creyó poder encontrar las huellas
digitales de su destino en las plumas de las palomas.
Aquella tarde escaló murallas de ternura
en el fondo de un acuario de peces rojos.
Aquella tarde leyó poemas para no escuchar
las penas del jardín sucio de su viejo corazón.
Aquella tarde pidió tres deseos, durmió la siesta,
soñó que la luna adelantaba su reloj.
Aquella tarde, de besos de óxido y de brea,
el cielo era un azul herido esperando anochecer.
Aquella tarde, llovieron flores, bostezaron los
gatos, se llenaron de barro las pieles agridulces.
Aquella tarde fue un duelo de leopardos
y panteras, de aleteos a ras del suelo.
Aquella tarde de mirada somnolienta,
de manos impacientes y en vigilia.
Aquella tarde, despeinada, milimétrica,
errante, de estufas nuevas y ratones asustados.
Aquella tarde, con sabor a gelatina,
espejos fragmentados y camas al revés.
Aquella tarde, de escalones desordenados,
transformó cada sendero en un escombro.
Aquella tarde supo que a los finales
felices siempre los ajusticia un francotirador.
Aquella tarde, de almas perdidas y huesos
amarillos; siluetas aturdidas temblando
de frío, aquella tarde herida de grandeza
ansiaba la vida aprender a naufragar.
Aquella tarde, de vendedores ambulantes
y un paisaje repleto de irrevocables cicatrices.
Aquella tarde soñó con los ojos abiertos
con un bosque de árboles agonizantes.
Aquella tarde no incluyó en el inventario
el momento exacto del inicio de su llanto.
Aquella tarde, de grietas y egoísmos,
comprendió que nunca dos dolores se asemejan.
Aquella tarde, de latidos aprendiendo a recordar,
tachó de su cuaderno los adjetivos hirientes.
Aquella tarde, a solas con la vida, se sintió
la última baldosa de un salón de baile derruido.
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