José María Gómez Valero - No hay razón para preocuparse

Queda tanto tiempo, queda tanto lugar,
que seguro algún día acabamos abrazados
igual que dos piedras empujadas por el viento.
Igual que las piedras, cuando cesa el viento,
caen en la tierra, se observan,
se atragantan de distancia,
deseamos ese soplo violento
que nos agite en el aire, y nos una
o nos disperse.
Deseamos ese viento aunque nos golpee
contra el muro, aunque nos hunda en la ciénaga.
Deseamos ese viento porque necesitamos la vida.
Pero ya no queremos esperar.
No debemos someternos a un viento
ajeno y caprichoso,
no podemos aguardar sentados
su inesperado golpe de mar.
Seamos por tanto piedras que provoquen el viento,
alcémonos como una ventisca de sal y arena.
Esta vez vamos a decidir nosotros la dirección.
Y vamos a decidir entonces derribar el muro,
bebernos de un sorbo la ciénaga,
y retorcernos luego con un silbido agudo
hasta irritar los ojos de los más incrédulos.
Que esta vez sean ellos los que aúllen de dolor.

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