con labios suplentes empezaron
a crecer mentiras en mi boca.
Monarcas de un reino de minutos
fantasmas, decirnos "te quiero" es
como recitar versos en sánscrito.
Errantes y mareados, semejantes
a dos sílabas que nunca
supe pronunciar correctamente.
Resbalan desolación e
incertidumbre por la columna
vertebral de un nuevo día.
Usufructuando el tiempo
compartido, falta una sota en
el mazo de nuestro futuro.
El tribunal de lo perdido
ha dictado con letra muerta
sentencia en nuestra contra.
En otras circunstancias, quizá
podría ponerle nombre
a este hastío consensuado.
Quedará entre nosotros una
acumulación de barrotes
innecesarios y un mezquino
comercio de méritos y retribuciones.
Con la irrecuperable timidez de
los amores primitivos, supimos
sentir escalofríos al unísono.
Los siempre filosos bordes de la
desesperación son nuestro epítome
entre el pasado y el presente.
Sabremos tramitar formalmente el
olvido, tan cierto como que el alma
es una puerta que se cierra por dentro.
La mueca de tu ironía vestida
de sonrisa parece quedar
flotando retadora en el aire.
Soy tuyo en el amor y en
el odio, ¿Qué más podemos
pedirle a esta ironía?
El último poema que te escribí
es apenas un trozo de oscuridad
tropezando entre murmullos.
Hace un tiempo que entro y salgo
de tu vida como un extraño
gritando "¿Quién soy?"
Esta mutua ansiedad por liberarnos
del otro, ¿No es acaso también
una admisión de la derrota?
Quedará entre nosotros una
historia ávida por ser redactada
y cuatro pupilas que habiendo
visto tanto olvidaron su inocencia.
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