Como una pluma que se desliza, negra,
es la ocasión de seducir. Última etapa
en el retorno a los criaderos de malvas.
Vi las águilas volando en derredor,
estaban exhaustas de pairo y de planicie.
Me incliné a coger un guijarro y el río cambió de tersura.
Comprendí que el curso es un accidente,
que las larvas del pasado incuban en los meandros
y que sólo hallaría descanso en el fulgor del blanco.
El sendero se erizaba, el monte era escarpado.
Podía dormir o contar las aves hasta el buendía.
Me invadió una certeza de transcurso y de incompleción.
Ya sólo me quedaban los márgenes del río, de su escritura.
Tomé conciencia del viraje. En la finitud de mi existencia
buscaría acogida en el frío, en la inevitabilidad (inhabilitabilidad) que lo informa.
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