Libro: Apotegmas en el desierto (2014)
A Macondo. Que nadie les diga que no existe.
A orillas de un río de piedras pulidas,
un Buendía un tal José Arcadio te soñó,
y cruzando las montañas toda una expedición
fue a escribir su destino en tus pupilas,
fue a padecer la soledad del que amó,
para jugar a la alquimia con la desilusión.
Recuerdo un laboratorio de experimentos fallidos,
imanes, espejos, desventuras que viví o imaginé,
evoco funerales y 32 guerras de un solo coronel,
a Gerineldo, Amaranta, a Pietro y al olvido,
a la desordenada infelicidad de ese pueblo que amé,
real como cualquiera que habita un planeta de papel.
Y aún guardo en la piel el calor durante el entierro
de Úrsula, y continúo sintiendo olor a pólvora, y parece
que veo a un hombre atado a un árbol, y flores amarillas
lloviendo tras su defunción, y se que en su encierro
hay alguien fabricando pescados de colores, y florece
otra guerra civil; la lluvia no cesa, y la vida no brilla.
Yo estuve en Macondo, no sé si cien años, no sé si ocho días,
pero pisé ese pueblito al que le nace otro Aureliano antes de morir...
Yo reí en Macondo, y esperaba a Melquíades en el tercer mes del año,
conocí a Remedios, a Sofía, a Fernanda, a las tinieblas de la lejanía;
y mientras una pianola que nadie toca define con arte el verbo sufrir,
compruebo que el realismo mágico es la mentira más dulce de todos los engaños.
Un sabio catalán inmortaliza que "toda primavera
antigua es irrecuperable", y hay un luto que malvive
y otra muerte no programada, y una nueva generación,
con todo lo que ello implica, y hay una vez primera
de algo que ya pasó, amores imposibles, besos que se escriben,
y Remedios en cuerpo y alma llevándose las sábanas en su ascensión.
La peste del insomnio reinará un tiempo importante,
con la consecuente pérdida de la memoria de los afectados;
hay pócimas que salvan, huidas de pelotones de fusilamiento,
destierros, eternas esperas, y muchas más vidas errantes,
y un pergamino fundamental, que no debería ser jamás descifrado,
y una historia a la que le duele un siglo de desencuentros.
A lo mejor también identifica mi frente la cruz
del miércoles de ceniza, o morí por amor o viví sin él,
o pasé mi vida buscando tres sacos de oro como salvación,
o recurrí a las cartas y sus misterios tratando de echar luz
a lo imprevisible, o rifé lo ganado antaño a granel,
en una historia de almas que solo buscan amor y comprensión.
Yo estuve en Macondo, yo fui uno de ellos, tan bien acompañado
que jamás estuve solo, por siete generaciones en constante naufragio,
con Rebeca y Amaranta, con Meme, Prudencio, con la fatalidad,
con la tristeza más heroica en la que muere un pueblo olvidado,
con el viento huracanado borrando todo menos el más exacto presagio,
pues las estirpes condenadas no tienen una segunda oportunidad...
"El primero de la familia está atado a un árbol
y al último se lo están comiendo las hormigas".
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