Libro: Apotegmas en el desierto (2014)
El oficio de ser sombra
Zarpo en
navíos fantasmas, contemplando
un
calendario donde no habita el mañana.
Palabras
sin dueño envejecen a mi lado,
asumiendo
que hay caminos que recorremos
buscando
únicamente tropezar.
En largas
jornadas de aburrimiento y
coprolalia
hurgo tras puertas de arena,
intentando
averiguar quien habita dentro
de mí
desde el día en que incluso
las
palabras más dulces ardieron.
Magnifico
aquella vez en que le dije
"ojalá
me corresponda de ahora en más
derramar
luz solar sobre tus días".
Hoy que
ejerzo el oficio de ser sombra,
¿Dónde
pongo a secar mis cenizas?
Con la
inefable tristeza de una caja de música,
aprendí
que estar los dos en el mismo lugar y al
mismo
tiempo no siempre equivale a estar juntos.
Cuando
los minutos en vez de pasar, se desgranan,
el ocaso
llega con alucinante puntualidad.
Ambos
amábamos la soledad. Ella, entre el gentío;
yo en mis
pensamientos viajando a contramano.
Solía subrayabar
los instantes de felicidad
como un
estudiante aplicado. Juntos fuimos
poesía;
por separado, solo somos palabras.
Tirábamos
el alma por la ventana en cada otoño,
ensayando
una coreografía de posturas erróneas.
Rodaba la
vía láctea por sus mejillas, con la
maligna
ternura de un ritual de besos inoportunos.
Somos apenas un pasado que reniega de sí mismo.
Quiero
abandonar el vicio de masticar tinieblas,
en esta
madrugada de lluvias prematuras, pero solo
puedo
tomarme una foto de pie junto a su ausencia.
Asumo los
primeros embates de la nostalgia
de un
llanto que no supo llorar a tiempo.
Se
escucha el impacto del peso de nuestras
mentiras
que siguen cayendo al piso.
Pacientemente
las junto, hechas añicos,
pues son
los pocos recuerdos que conservo
de los
inescrutables designios de su proceder.
Por fin
puedo identificarla, ladrillo
en el
mural de mi pesadumbre.
Cae la
noche con su inevitable
séquito
de sombras y el tiempo
marchita
la flor de los instantes.
Leo los
mismos libros con ojos más viejos,
mientras
añoro el corazón que la añoraba.
Tiempos
aquellos de gastar minutos en ser
felices,
con el alma escapando de la maleta.
Anochece
más temprano sobre mis sentimientos.
No logro
ser neutro, cauteloso, equitativo.
Siempre
espero hasta llegar al precipicio
para
buscar escaleras de emergencia.
Tenía
penas incultas hasta que aprendieron
a doler;
abyección de ignorar ciertos errores.
Esta
forma de vivir que muere dentro de
mis
huesos bien sabe que no siempre
fui digno
de los instantes a su lado.
Hablábamos
de los dos como quien
observa a
la distancia una tragicomedia.
Con un
invierno que se me congela en las
manos, un
mal sabor de boca cosiéndome los
labios, y
eternidades esculpidas sobre nubes:
¿Qué
nombre le pongo a ese intervalo
infinito entre su diciembre y mi enero?
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