La
vida pasa derrumbando edificios.
Deja
palomas muertas, palabras rotas,
sangre
seca, llaves oxidadas, silencios.
Pero
que eso hoy no nos importe,
que
no nos impida hoy enumerar
las
razones que tenemos para vivir.
Brindemos
pues por esta bendita lumbre: la vida,
esta
casa en los acantilados
de
la que somos huéspedes,
esta
cuerda floja,
este
vals con el sepulturero.
Hagámonos
los sordos, hagámonos los necios.
Brindemos
por los instantes
que
justifican una vida,
por
el recuerdo de los buenos
y
el viento que dispersa las cenizas.
Brindemos
por la hermandad de la sangre,
por
los viajeros que en un segundo
se
cuentan todo con los ojos.
Brindemos
por los flautistas que celebran
la
luna sobre las torres,
por los motines, por los fugitivos.
Brindemos
por los que llegan a tiempo al amor
y
por los que no.
Brindemos
por los que no saben
o
no quieren brindar.
Brindemos
por saber aprovechar siempre,
como
hoy,
el
lugar y el tiempo ofrecido.
Brindemos
con una copa unánime
por
saber siempre ofrecer
un ramo de
flores a los vivos.
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