Un perpetuo soñador


«Bella dama, no puedo expresar con palabras
el efecto que el contacto con su añoranza tiene en mí…

Pero inclusive en el más obtuso de los rincones
de mi cuerpo, es mi espíritu el que susurra
con astronómica eficacia que su apariencia es la mejor 
medicina para alejarme de los terrores del mundo.

Hace tiempo he descartado ocupar mis horas
en asuntos ordinarios que me alejen de mi
objetivo de demostrar la rectitud de mi
interés en su munificente humanidad.

Vuestra pureza es la fuerza que mueve
al mundo, que altera el clima
y genera descargas de eléctrica sencillez
en los indiferentes a la vida.

Resulta una verdadera carga para mi existencia
no lograr más a menudo extraer vigor
de la plenitud de su mirada, cuando
deja en suspenso a todas mis perturbaciones.

Soy un hombre de palabra, y planeo
en consecuencia no limitarme a llevarle regalos
y murmurar promesas, ni cometer el injustificable
error de consagrarme a contemplaciones mundanas.

Me acuso gravemente de no ser nada
más que un perro cuyo olfato rastrea
mariposas, cortejos nupciales y caudales de 
resplandores que orientan a los ciegos de sentidos.

Las exageraciones de las aves carroñeras lejos
están de asimilar que el suspenso es
un heraldo que me enmudece cada vez
que en el aire advierto su presencia.

Es absolutamente necesaria para el sostenimiento de 
mi vida. Por ello prefiero desentenderme de
las elucubraciones que señalan que quizá sea en
lo cotidiano diferente a como la figuro.

Mi única certeza es el infortunio que ocasiona
en mi contumaz interior la destemplanza de
su lejanía. Así es como ha llegado a
mi vida la terrible novedad de lo doliente.

Voy a finalizar esta carta, regida por
la pesadilla de un futuro inconcebible, engendrador
de estremecimientos, si su angelical timidez no
se deja alcanzar por mi esperanzada sensibilidad.

Sé bien los tumultuosos argumentos que
sus labios, gloriosa extracción de lo perfecto,
habrán de argüir en contra de mis
temblorosas, pero a su vez, claras intenciones.

Y estoy de acuerdo por anticipado con cada una de
esas evidencias para rechazar cualquier acercamiento 
de mi persona a la suya, pero permítame ejercer mi 
derecho a réplica antes que formule la acusación.

Es verdad que he dejado encinta a sus tres hermanas 
mayores, pero juro por la última sombra de expectativa 
que acompaña la estrechez de mi camino que es a 
usted y solo a usted a quien siempre he amado.

Palabra de un hombre que tirita asumiendo que se 
equivocó una vez, olvidó el error, fue presa de la 
confusión, prometió no tropezar en el transcurso de la 
semana y recién al mes, se ejercitó en el arte de fallar.

Si es la persona que creo, no negará que todo caballero 
merece una cuarta oportunidad en la vida. Porque si un 
alma no merece ser perdonada tres veces el género 
humano se está condenando a su propia destrucción.

Honradamente suyo, un perpetuo soñador».

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