El adiós (Alejandro Dolina)


Despierto muy temprano todas las mañanas. La primera decisión del día es casi siempre encender mi viejo aparato de radio. A veces mis manotazos son torpes y el dial queda montado entre dos emisoras, mientras la sintonía me devuelve una parodia de la voz humana donde las palabras son sonidos ásperos de distinta duración y volumen. Con el tiempo aprendí a descifrar esos ruidajes. Aquella mañana me pareció entender que estaba sucediendo algo grave. 
Enseguida mejoré el ajuste de los controles y escuché la alarma del locutor 
—La ciudad de La Plata ha empezado a moverse y se acerca a la capital. Hacía rato que no sucedía. Siempre son complicadas las ciudades semovientes. Desde aquella primera fuga que llevó a la ciudad de Messina a cruzar el estrecho e incorporarse a Calabria, el asunto me gustaba cada vez menos. Un pueblo chico, vaya y pase. En la provincia de Buenos Aires, digamos en Villa Gesell, los muchachos suelen ir de farra al pueblo de al lado y a la madrugada regresan en Mar Azul a marcha lenta. Pero cuando se mueven ciudades grandes yo tiemblo. El ruido de las tierras circundantes quebrándose para dar paso al distrito fugitivo me aterroriza. Por suerte ahora está un poco prohibido. Esa clase de chistes ha convertido al mapa de la provincia en un rompecabezas que hay que actualizar prácticamente todos los meses. 
—La ciudad de La Plata va aumentando su velocidad. Vecinos de Quilmes preparan barricadas para impedir o demorar el avance. 
Tal vez en otra ocasión la noticia no me hubiera importado tanto. Pero la noche anterior, Jimena, mi novia, me había dejado y yo sentía que no había muchas esperanzas de que regresara. Ella vivía en La Plata. La llamé pero no contestó. 
—El intendente porteño informó que de un momento a otro se soltará el Distrito Federal para intentar que se desplace hacia el norte y abrir un espacio adecuado para evitar una colisión. 
Los divulgadores nos explican que estas modificaciones del paisaje ocurrieron siempre. Todos recordamos los viejos mapamundis geológicos que mostraban la Tierra tal como era hace millones de años con su continente principal, la Pangea, concentrados los perfiles y amontonadas las regiones como perejil en maceta. 
Pero aquellas transformaciones sucedían lentamente. Para que surgiera una isla de tercer orden había que esperar centenares de miles de años. Ahora, todo es vertiginoso. 
—El gobernador de la provincia informó que se está trabajando en forma mancomunada para evitar inconvenientes a la población. 
Jimena llamó a media mañana. Me dijo que tenía que ir al centro y pensaba aprovechar el acontecimiento para ahorrarse el tren. Yo le dije que fuera prudente y que lo mejor era ganar las calles de las orillas de La Plata, como las del barrio del Mondongo y abandonar la ciudad en pueblos fáciles o en campo abierto. Le dije que la quería. 
Espantado recordé la trágica excursión de la Isla de los Perros en Londres, que salió disparada hacia el estuario y fue hallada meses después, desierta y barrida por las olas del Atlántico. 
—La Plata pasó por Quilmes hace unos minutos y ya está a las puertas de la Capital Federal. Nuestro corresponsal (en La Plata justamente) nos informa que en los vaivenes de la marcha la localidad de Bernal ha quedado incorporada a la ciudad de las diagonales. Circuló asimismo la información de que están procurando bajar la velocidad y girar un poco el casco platense para ver si se puede atracarlo de culata. 
Mi novia me llamó varias veces, quiso tranquilizarme pero así como descifro las cacofonías de la señal de radio, también comprendo las inflexiones del miedo en su voz. 
Empecé a escuchar el estruendo telúrico. Buenos Aires ya viajaba hacia el norte. Jimena volvió a llamar y me dijo que no entendía de qué manera se iba a producir la colisión y dónde demonios terminaría su viaje. Yo me ofrecí a ir a buscarla allí donde La Plata fijara su nueva ubicación. Me dijo que La Plata era grande y que yo estaba muy tranquilo en mi casa y otros reproches retóricos. 
Me asomé a la ventana de mi pequeño departamento en el Paseo Colón y vi al Riachuelo ensancharse. Más allá, como un monstruo chato de cemento al galope, La Plata. 
Finalmente no hubo choque. Gracias al movimiento de Buenos Aires, el coloso platense pasó raspando La Boca. Después Buenos Aires se detuvo. Ahora queda pasando el Tigre.
La Plata siguió por el río y después por el mar. Jimena llamó varias veces. Me dijo que había tratado de saludarme al pasar pero no pudo. También me dijo que me quería. Al cabo de unas horas ya no pudimos comunicarnos. Veinte días después un barco noruego creyó avistar la ciudad en el Mar Báltico. La noticia fue desmentida. En verdad se trataba del pueblo de Longues-sur-Mer desprendido hacía una semana de las costas de Normandía. 
El amor es así, como las ciudades: hoy está aquí y mañana no está.

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