Mario Benedetti - Viudeces (relato corto)

Extraído del libro El porvenir de mi pasado

Eugenia, Iris, Lucía y Nieves eran amigas desde Primaria. Salvo cuando
alguna estaba de viaje, se reunían cada dos viernes para intercambiar
chismes y nostalgias. Las cuatro estaban casadas, pero no tenían hijos.
Gracias a las lucrativas profesiones de sus maridos (un abogado, dos
contadores, un arquitecto), gozaban de un buen nivel de vida y lo
aprovechaban para manejarse en un plausible estrato cultural.
Fue en uno de esos viernes que Iris aguardó a sus amigas con un
planteo original.
-¿Saben qué estuve pensando? Que nuestros queridos maridos nos llevan
algunos años, así que lo más probable es que se mueran antes que
nosotras. Ojalá que no, pero es bastante probable. Mientras tanto ¿qué
podemos hacer? Pensando y pensando, de insomnio en insomnio, llegué
a la conclusión de que en ese caso infortunado, nosotras, cuatro viudas
todavía presentables, podríamos alquilar (o adquirir) una casa bien
confortable, con un dormitorio para cada una, con una sola mucama y
una sola cocinera (¿para qué más?). Y un solo automóvil, a financiar
colectivamente. ¿Qué les parece? Ya hablé con el Flaco y me dio su visto
bueno.
Las otras tres se miraron casi estupefactas, pero al cabo de una media
hora esbozaron una sonrisa no exenta de esperanza.
Seis meses después de ese viernes tan peculiar, una de las cuatro, la
pelirroja Lucía, sucumbió como consecuencia de un infarto totalmente
inesperado. Para las otras tres fue un golpe sobrecogedor, algo así como
si la infancia se les hubiera quebrado para siempre. También a Edmundo,
el viudo de Lucía, le costó sobreponerse.
Sin embargo no había pasado un año desde aquella desgracia, cuando
citó a su hogar de viudo a los otros tres maridos y les expuso su
planteo:
-¿Saben qué estuve pensando? Que así como yo quedé viudo, eso
también les puede ocurrir a ustedes. No es un pronóstico, entiéndanme
bien, es sólo una posibilidad, un juego del azar. Y si eso ocurriera ¿qué
harían? Pensando y pensando llegué a la conclusión de que en ese triste
caso, nosotros, cuatro viudos con cierto margen de supervivencia,
podríamos alquilar (o comprar) una casa bien cómoda, con cuatro
dormitorios independientes, con una mucama, una cocinera y un solo
coche de segunda mano pero en buen estado, que usaríamos y
financiaríamos entre los cuatro. ¿Qué les parece?
Los otros tres quedaron con la boca abierta. Al fin uno estornudó, otro
bostezó y el tercero se pellizcó una oreja. De pronto, y sin que ninguno
lo advirtiera, en las tres miradas de hombres mayores, algo cansados,
nació una expectativa.

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