Libro: Apotegmas en el desierto (2014)
La ciudad en la que pienso existe
en un poema que aun no escribí.
Ese poema aun no nace porque
me detuve a levantar una moneda.
Cada moneda que cae equivale
a una golondrina sin dirección.
Relativamente cerca de ese vuelo sin rumbo,
un rayo parte al medio una sandía.
Esa sandía estaba destinada a
alimentar una boca con solo cinco dientes.
Esos pocos dientes son verdades
semidormidas a la vera de un destino.
El destino es el bullicio que se escucha
para justificar óxido en las cerraduras.
La ciudad en la que pienso existe en
un poema de un autor que no conozco.
Como no lo conozco, no he leído al
autor de ese poema ni pienso hacerlo.
Lo que sí planeo es bailar un vals en un
cajero automático a las tres de la mañana.
Y a las tres y siete me sentaré a mirar la lluvia
de mentiras que anunció el meteorólogo.
Aquel mismo meteorólogo predijo que en
Navidad nevaría en nuestros corazones.
Como si nuestros corazones pudieran darse
el lujo de guardar tristeza para después.
El después es un hipódromo de caballos
cansados de correr contra el viento.
La ciudad en la que pienso existe en un
poema escrito con más lágrimas que tinta.
Y esas lágrimas son heridas que pagan
al contado y golpean en las costillas.
Pero me refiero a costillas prestadas en
cuerpos ajenos viviendo vidas sin orgullo.
La doctrina del orgullo es un búcaro de
lujo para un ramo de flores muertas.
Y así como las flores se cansan de vivir,
diríase que incluso hasta las calles se fatigan.
La lasitud de esas arterias se asemeja a un
mar que da la espalda al incendio del mundo.
Tanto fuego en el planeta reúne almas infelices
sin que esa infelicidad deje algo de ganancia.
La ciudad en la que pienso existe en un
poema arrojado a un campo de batalla.
Hoy batallar es parpadear con optimismo
abriéndose paso a los codazos por la vida.
La vida es un restaurante con un menú
inaccesible para los aferrados al rechazo.
El rechazo es una inoportuna forma
de agonía que no conoce de retórica.
La retórica es una bombilla de bajo consumo
que no alumbra el insulto en letra chica.
La letra chica nada decía de un invierno
repleto de canas y pijamas sonámbulos.
Sonámbula es la piedad violenta que
completa un inventario de caricias adulteradas.
La ciudad en la que pienso existe en un
poema escrito la semana que viene.
Es la misma semana en que va a producirse
un maremoto de silencios nublados.
Esos silencios me recuerdan a aquellos que
defienden sus rencores solo porque son suyos.
Como suyo fue y será el amanecer y
su completo catálogo de inhibiciones.
Inhibirse consiste en acumular recuerdos
a los que es necesario acercarse de puntillas.
Caminar de puntillas por la vida deja
huellas imborrables en autopistas de cenizas.
Cenizas que marchitan flores en ambigramas
que cobran vida con luz de lunas de terciopelo.
Irónicamente, tras consultar el reloj,
he olvidado la ciudad en la que pensaba.
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